OTRO RELATO
Como FX+A exige una segunda entrega, hela:
A consecuencia de un inexplicable impulso Raguok, según sentenció un juez adiposo y corrupto, había asesinado al Gran Mogol del mítico Sarang Elang. Consecuencia de ello fue su internamiento en la penitenciaría de Tanjung Gusta, lo que equivalía a condenarle a muerte, aunque la sentencia fijaba un periodo de diez años. Aquél presidio (por darle una denominación piadosa) albergaba cinco veces más penados que los de su teórico aforo. La humedad, el hedor, las enfermedades y el abandono hacían de aquél infierno, a buen seguro, uno de los peores lugares del mundo. No habían transcurrido dos años, cuando aprovechando un motín, seguido de un incendio, Raguok escapó. La jungla más espesa rodeaba el penal, pero Raguok, con su acreditada experiencia supo adaptarse con eficacia a ese medio hostil. Cierto es que su destreza, fruto de la veteranía, la había adquirido en otras, muy distintas, latitudes, pero le permitió sortear los inéditos peligros, como ponzoñosos insectos y reptiles, plantas deletéreas, tigres, rinocerontes, elefantes y un largo etcétera. Aprendió a suplir su inferioridad con su ingenio.
Durante meses vagó por las umbrías pantanosas con la certeza de que nadie se aventuraría a buscarlo y que lo darían por desaparecido. Siempre hacia el sur, había oído hablar del enorme y legendario Lago Toba, al que consiguió llegar un año después. Había pesca abundante y había dejado atrás el benigno invierno de los valles. Desde sus orillas descubrió en la lejanía una prominente montaña. El lo ignoraba pero era el sagrado Gunung Sibuatan, que con sus casi 2500 m dominaba la región. Pese a que ello le obligaba a regresar hacia el norte, decidió conquistar esa poderosa cumbre que le atraía casi hipnóticamente. Llegó a ella mediado Febrero, ya con el invierno tropical avanzado, y descubrió otra, más alta y lejana, ardiendo igualmente en el deseo de conquistarla, desde ésta otra, y luego otra. Tras años de vagar por la jungla hacia cumbres cada vez más elevadas, hubo de trocar sus ropas, hechas jirones, por pieles de los animales que había cazado.
Un día, en una modesta aunque prominente cumbre, descubrió la libertad absoluta al sentirse rodeado de la soledad y silencio de la vastedad sin límites ni final aparente que desde aquella cresta alcanzó a contemplar, y no tuvo inconveniente en dejarse morir contemplando el cielo nocturno, acunado con la música de las estrellas. Cuando exhaló su último suspiro una intensa estrella fugaz cruzó la bóveda celeste hacia el noroeste, donde estaba su patria y donde había dejado familia y amigos.
Muy bueno Puma, en esta ocasión me reulta una mezcla entre Julio Verne y Defoe.
Entre aventura e intriga....
Buen relato!!.