Alojados en una celda de cuatro en el antiguo Seminario de Oviedo, relativamente descansados, nos levantamos de buena mañana y nos aprestamos a nuestro primer viaje con destino a Grado. Antes de las 6:20 ya estamos caminando, pero hemos de atravesar prácticamente toda la ciudad de SW a NE. En el camino vemos un bar y desayunamos con Víctor, con quien vamos a coincidir en varios lugares a lo largo de nuestro viaje. No es sino más de una hora después de iniciada nuestra andadura, a las ocho menos veinte, cuando dejamos atrás las últimas casas de la ciudad en dirección a Escamplero. A donde llegamos a las 10. Es hora de almorzar, pero el único bar –en una encrucijada- "Casa Concha", está cerrado. Pero en la zaguera hay en lo alto de una colina unas mesas y allí aposentamos nuestros reales, al igual que lo hacen Antonio y Pilar, que se convertirán en compañeros nuestros a partir de la siguiente etapa, merced a una gorra, como se expone más abajo. De momento nos invitan a "carbayones", típicos bollos ovetenses, lo cual es un magnífico comienzo sin duda alguna.
Reemprendemos camino, , cruzando el pequeño río Andallón, para ascender hacia los lugares de Premoño y Valduno, bajando hacia el Nalón, que nos va a conducir hasta Grado y que cruzamos por el Puente de Peñaflor. Casi una hora más tarde, poco antes de las 14 estamos en Grado, buscando un albergue u hotel. Un providencial cartel nos señala el recién inaugurado Albergue Municipal (apenas hace dos semanas), gestionado por buenas mozas holandesas, frente a cuya entrada hemos de aguardar unos minutos, pues abren a las 2. Somos los terceros. El albergue está limpio y nos quedamos.
Después de comer, viene la primera siesta reparadora, tras la que salimos a la compra. En el supermercado el Cronista recaba actualización de sus recuerdos juveniles en esta plaza a una amable oriunda, que le pone al corriente. Un contundente tocino de cielo, yogures así como las viandas necesarias para el viático de la siguiente jornada constituyen la compra que es abonada por Javier, constituido en tesorero del grupo, que para eso llevó las cuentas de una poderosa compañía en sus años de labor y a quien "bautizamos" de manera honoraria como Padre Ecónomo.
En la plaza nos encontramos con nuestros generosos donantes de carballones, que requieren información sobre una gorra que Miguel Ángel, en un generoso gesto, recogió en la carretera. Quedamos en entregársela en la primera oportunidad.
Sentados en una terraza, guarecidos bajo un toldo soportamos la chaparrada premonitoria de lo que serían nuestras dos siguientes jornadas.
Una larga conversación con el hospitalero titular, de nombre Emilio, del Albergue nos sirve de orientación para la gobernanza en próximas jornadas de nuestro Camino.

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