Pese a que aún hay abundante nieve en las cumbres centrales (me comentan que hace unos días unos colegas intentaron ascender al Alto Rey y hubieron de darse la vuelta; ayer pudimos comprobar que esta modesta sierra está completamente cubierta de un buen manto, al menos en su cara N), decidimos obviar ascensos y dedicarnos a caminar de manera más suave.
Y llevamos a cabo una ruta, muy interesante, que nos ha dado la idea para repetirla en nuestra anual nocturna (será la XIV de la serie), para la que ya tenemos fecha (salvo contingencia meteorológica): el 30/06.
Discurrió por rayanos del norte de Guadalajara, empezando en la Riba de Santiuste. Allí subimos al castillo homónimo, aparente por el exterior, pero por dentro da pena verlo. tras el paso años atrás de una secta esotérica. Según cuentan los cuentistas alberga un fantasma femenino (una tal "Manuela" que fué asesinada nada menos que mediado el siglo XV). Incluso "investigadores" han dado fe de tal existencia. La verdad es que, para contrariedad nuestra, no pudimos conseguir que se manifestara y, afligidos, abandonamos el alcázar roquero.
Y ello para internarnos, salvando los lodazales en que se han convertido los campos aledaños por las recientes lluvias, vadeando el arroyo Valderriendas, por el barranco que forma el arroyo de Valdearcos, que normalmente está seco.
Nuestro recorrido, en teoría por senda, nos obligó a cruzar dicho arroyo al menos una treintena de veces, teniendo que arrojar piedras al cauce para evitar mojarnos demasiado en algunos puntos. Debíamos alcanzar la denominada Loma de las Cordilleras, donde abundan cercados de antiguos corrales, haca muchos años abandonados, lo que nos obligó a abrirnos paso por la maleza, una vez abandonado el cauce del arroyo.
Avistamos Tordelrábano (de cuyo caserío nos quedamos a menos de 200 metros), para enfilar hacia el oeste y dirigirnos al despoblado de Morenglos (cuya última moradora parece que abandonó la población nada menos que en 1803), del que queda apenas un lienzo de lo que fue campanario de su iglesia, tumbas (alguna antropomorfa) y un par de cuevas que, también al parecer, fueron eremitorios.
También cuentan que estos exiguos restos tienen su fantasma. ¡Qué cosas!
Desde allí nos encaminarnos hacia Alcolea de las Peñas, para lo cual hubimos de bordear el río homónimo hasta un pontón, porque su caudal hacía imposible el vadeo.
Allí tuvimos la oportunidad, guiados por dos amables paisanas. de visitar la cárcel del pueblo, de curiosa factura, excavada íntegramente en la roca arenisca, con su mazmorra, y en perfecto estado de conservación. Sin duda lo oculto de la entrada y la buena gente del lugar, la han salvaguardado de los vándalos incultos que tanto abundan en nuestro país.
Y sin más partimos hacia nuestras residencias respectivas, encontrando en Torija un buen lugar que, de seguro aprovecharemos más veces, para nuestro ágape cehacheefero de fin de jornada.

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