Hace bastantes años (uno tiene ya edad más que suficiente para tener más recuerdos que futuro, aunque aún sueña con nuevas aventuras) un amigo himalayista, que por ello fué apodado por otro buen amigo, hoy desaparecido, como "el tibetano", ante nuestra insistencia en incursionar por el Desierto de Bolarque, que es un antiguo eremitorio de los tiempos de Felipe II, y hoy de muy difícil acceso a causa de la maleza, nos preguntaba si "había vida fuera del Desierto de Bolarque".
Esta anécdota viene a cuento que, como este cronista que sigue en tierras de Málaga, dos semanas después de hollar la Sierra Blanca marbellí, ha vuelto a las andadas, repitiendo "casi" fielmente la ruta anterior, Pero no lo ha hecho por obseso empecinamiento sino para comprobar hasta qué punto las copiosas lluvias de días pasados podían haber alterado el paisaje.
Y, efectivamente, así ha sido. Dado que en esta ruta se cruzan numerosos cauces de arroyos y regatos, he podido comprobar hasta qué punto el agua puede cambiar un camino. En primer lugar por el sonido: el silencio del otro día ya no existe, ahora es el rumor, cuando no en fragor a veces de cascadas en los, ayer, resecos cauces,
He tenido que vadear varias veces el Arroyo de Guadalpín, que nace en la Fuente de la Calaña, y he tenido que mojarme, donde hace trece días no era más que un montón de blancos bolos soldados por la lechada calcárea.
Por doquier brotaban peonías y otras flores, cuando el otro día no había ninguna, musgo en las piedras, senderos convertidos en regatos, etc.
En suma, una experiencia bien distinta perpetrada ayer, 7 de Marzo, aprovechando que ese día la meteorología nos ha dado un respiro, porque hoy han vuelto las lluvias.
Y, además, el día era diáfano, pudiendo divisarse con claridad Gibraltar y la costa africana. Un lujo para este caminante solitario.